lunes, junio 04, 2012

Evaluación Educativa en México


Autora: Marisol Aguilar Mier, 
Publicado: en lado B, 10 de abril de 2012

     El pasado mes de marzo vivimos en nuestro país una intensa actividad en materia de evaluación educativa. En primer lugar, los días 27 y 28 se llevaron a cabo las pruebas ENLACE (Evaluación Nacional de Logro Académico en Centros Escolares) que por quinto año consecutivo realiza la Secretaría de Educación Pública. Su finalidad es diagnosticar y valorar el rendimiento académico de los alumnos, principalmente en relación a la habilidad lectora y matemática, en función de los programas educativos establecidos, tanto para la educación básica como para la media superior. En segundo lugar, el día 20 de ese mismo mes inició la aplicación de la Prueba PISA (Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos) la cual, es un instrumento internacional de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Se realiza de manera trianual a una muestra de jóvenes de 15 años con la finalidad de evaluar una serie de competencias y su aplicación para resolver situaciones de la vida diaria, en las áreas de lectura, matemáticas y ciencias.
     El panorama anterior, nos ofrece una oportunidad inigualable para reflexionar sobre la calidad de la educación en nuestro país así como para generar una cultura de la evaluación más sólida y fructífera. ¿Por qué? Porque tenemos ante nosotros la aplicación de una prueba nacional que ofrece resultados por alumno, por escuela y por entidad federativa y la aplicación de una prueba internacional que compara el nivel educativo entre diversos países. No obstante, desafortunadamente los resultados de México en las evaluaciones masivas están lejos de ser satisfactorios. Por ello, como cabría esperarse, este tipo de ejercicios generan reacciones de todo tipo: el rechazo, la desconfianza en cuanto a la validez y confiabilidad de las pruebas y su real capacidad para medir aprendizajes, y, en algunos (los menos por cierto), la adhesión y el entusiasmo, al considerarlas una fuente de información valiosísima para la toma de decisiones y la creación de políticas públicas para mejorar la calidad de la educación.
     Pero, más allá de las simpatías o antipatías que este tipo de pruebas suelen generar y dejando a un lado los resultados alcanzados en ellas, reflexionemos un poco más sobre cómo surgen para comprender mejor sus alcances y limitaciones.
     Comencemos por su origen. La evaluación, ciertamente, no es nada nuevo. Desde que los sistemas educativos se consolidaron como tales, los profesores han afrontado el reto de identificar los logros y avances de sus alumnos. No obstante, esta evaluación no siempre se ha llevado a cabo de la misma manera, bajo los mismos principios y con los mismos fines por lo que los desniveles en su tipo y calidad entre un docente y otro son muy marcados.
      Lo anterior, generó una fuerte crítica a la calidad de la educación, de la docencia, de los aprendizajes y en específico a la dudosa “objetividad” y validez de las evaluaciones que realizan los profesores, por considerarse de tipo “casero” y muchas veces, sin fundamento o rigor. Para contrarrestar este efecto que se consideraba negativo, se buscó elaborar instrumentos diseñados por expertos que permitieran medir los niveles de rendimiento y los aprendizajes de los estudiantes así como hacer comparaciones para mejorar la calidad de todo el sistema educativo en su conjunto. Esto, mediante la evaluación a gran escala, la cual, se refiere a la aplicación estandarizada de pruebas a grandes números de alumnos, para apreciar el nivel de aprendizaje que se alcanza en el sistema educativo de todo un país, región o distrito. A diferencia de la evaluación áulica que es la que realiza el propio profesor, con sus propios instrumentos y dentro de un salón de clase.
     Nuestro país no ha sido ajeno a estas tendencias mundiales y en las últimas décadas han proliferado este tipo de evaluaciones, aunque es en los 90´s donde cobran mayor auge y más recientemente en el 2002, con la creación del Instituto Nacional para la Evaluación Educativa (INEE). Y en este contexto, si bien cabe reconocer que lo anterior ha contribuido notablemente a la creación de una mayor cultura de la evaluación y a la comunicación y difusión de sus resultados, también es cierto que la complejidad de la función evaluativa ha ocasionado una fuerte politización en sus fines, usos y propósitos.
     No obstante, la experiencia acumulada nos dice que las pruebas a gran escala son una estrategia muy valiosa para orientar y apoyar los esfuerzos en la búsqueda de la mejora de la calidad educativa a nivel macro, y como apoyo y complemento a las evaluaciones de los maestros (nunca como su sustituto). Finalmente y como dice F. Martínez Rizo, experto en evaluación educativa, la alternativa no es otra que la de un sistema de evaluación que combine de manera más equilibrada evaluaciones a gran escala parsimoniosas y consistentes, con un rico trabajo de evaluación formativa en aula a cargo de los maestros. 
     También es preciso tener muy presente que la evaluación, sea en el aula o sea a gran escala, no debe ser nunca vista como un fin o como una moda, sino como un medio para la mejora de la calidad educativa, a partir de la reflexión seria y sistemática, de sus resultados.

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