miércoles, octubre 17, 2012

El Hombre puede hacer que el mundo sea más justo pero no quiere. Pedro Arrupe S.J.

Autora: Aldea global
Publicado: La Primera de Puebla, 26 de septiembre de 2012

     Un hombre se levanta en la mañana,
se baña, pasa sobre su rostro la navaja,
se mira al espejo triunfador y elegido;
se viste con un traje azul,
y con una corbata a rayas verdes y amarillas,
se perfuma mientras silba una canción
que nadie más que él recuerda,
desayuna fruta de la estación,
huevos, pan francés y café;
sabe que estos y otros productos
proceden de su hacienda argentina,
y de su cuenta bancaria inglesa
que acumula cifras y cifras
después sale a la calle
en un vehículo fabricado en Europa,
que tiene más comodidades
que el noventa y nueve por ciento
de los hogares del mundo
Llega a su oficina y ordena
las finanzas de millones de despojados
que nunca han escuchado su nombre
entre reporte y reporte,
saluda, por skype, a su amada,
la mujer que lo espera desnuda
en el mejor barco anclado en la Costa Azul
donde cielo y mar se confunden,
la mujer que en el brunch
le dirá palabras de pasión, amor y de consuelo,
otra es la secretaria que besará sus canas,
como se besa la estampa doliente
de san Tarsicio asesinado,
mientras él acaricia sus muslos de amazona;
y, otra, una tercera mujer será la que comparta
su corona, su casa y su grandeza,
juntos esperan que el petróleo sea rescatado del mar
para ser transformado en altos edificios
donde escribirán su nombre en letras de oro.
     Un hombre afortunado que al atardecer
pactará el nuevo joint ventur
con el político venal en turno,
que codicioso vende el futuro
de millones de desposeídos,
que no sabrán nunca el significado de la palabra éxito;
desde su centro de mando se comunicará
a Asia, África y Oceanía,
para ordenar que niños de siete años,
mujeres embarazadas,
disminuidos y desfavorecidos
produzcan, más y con mejor calidad,
para que mujeres norteamericanas y europeas
reinventen la salud y la belleza en las islas del Pacífico Norte.
     Se pensará hombre de arte
porque en su biblioteca se albergan
libros en treinta y tres idiomas,
lienzos de Rembrandt
y esculturas de Rodín.
     No sabe que otros estafadores
lo engañaron vendiéndole falsificaciones
casi perfectas, de obras que él desconoce
pero que cree importantes.
     Viajará por la aldea
lo mismo en la nieve de Whistler y Aspen,
que por las islas Seychelles.
     Dueño de la felicidad que le ofrecen
Cartier, Tiffani, Piaget, Maurice Lacroix
y Enzo Ferrari, quien en su noche triste
se prometió nunca volver a pasar hambre,
como Sclarlet O’ Hara en Lo que el viento se llevó,
ambos lo cumplieron;
no así los millones de derrotados
que aunque prometieron lo mismo,
no pudieron cumplirlo.
Por la noche ataviado de blanco y negro,
sujetará la copa de champaña,
y a pequeñas mordidas
comerá su galleta de caviar beluga.
     Escuchará a Mozart,
sin saber que su cuerpo sin vida
fue lanzando a una fosa común,
se creerá con derecho a tutear
a Miguel de Cervantes,
sin siquiera soñar los fracasos
y las penas del tristísimo Hidalgo;
se pensará cristiano ejemplar porque
en audiencia particular besó el anillo papal,
y recibió un rosario pontificio,
que luego regaló a su amante en turno.
     Escuchará los nombres:
Kavafis, Pessoa y Ginsberg
y pensará en marcas de trajes extranjeros,
se soñará dueño de la aldea
sin darse cuenta que realmente lo es.
     Al terminar el día revisará su balance
y encontrará poderes, propiedades y dinero
que dibujan su biografía en la cima del mundo,
ninguna gloria mundana le es desconocida,
el éxito y la felicidad le son familiares,
porque vive acompañado
siempre por la diosa fortuna,
se duerme y sueña en los nueve círculos del poder
acompañado de otra Beatriz y otro Virgilio.
      Así vivirá día tras noche,
año tras lustro,
hasta que al cruzar un océano azul como sus ojos:
morirá como todos inevitablemente;
y entonces recibirá todos las glorias que faltaban,
condolencias sin fin, guardias de honor,
palabras y nuevos elogios,
laureles para un nuevo pope del mundo capitalista,
encumbrado gurú de la mejor universidad de la aldea,
hombre global de un mundo sin fronteras.
Llorarán por él miles de asalariados,
que nunca sabrán bien a bien
como se pronuncia su nombre.
     En sus empresas la bandera corporativa
ondeará a media asta,
en todas las corporaciones financieras
pondrán un moño blanco,
y reyes, príncipes y jefes de Estado
lamentarán su ausencia.
      Luto en la aldea global por su mejor hombre,
llanto virtual en el Internet por el capitán en jefe
de las finanzas, los negocios y las operaciones globales.
Lo enterrarán en un viejo castillo de Irlanda,
junto a un erguido ciprés de Líbano,
acompañado de pañuelos blancos de Italia,
con canastas de flores españolas,
y quemarán, por él siempre por él,
cirios griegos cerca de un monasterio copto.
     En su último momento sobre la tierra,
le cantará su réquiem
una mezzosoprano de la Scala de Milán,
acompañada de una orquesta australiana;
mientras sus mujeres y sus hijos llorarán en silencio;
y se sabrán, entonces, herederos de la aldea toda.
     Al final una estela de lapislázuli
cubrirá su cripta de mármol travertino.
     Tres días después empezarán a escribir
su biografía, pero también su olvido:
empresario global del siglo veintiuno,
que usufructuó la aldea y sus cinco continentes,
y que al final termina por engrosar la lista
de los prohombres aldeanos
que fracasaron en su vida,
al pasar sin piedad por el dolor del hombre,
al cimentar con llanto su imperio financiero
y al escribir con sangre su balance de vida.
     Hombre que pudo hacer del mundo
un mejor lugar pero que no quiso,
pero que no quiso,
pero que no quiso…


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