martes, diciembre 11, 2012

El México que soñamos

Autor: Alexis Vera, datos del autor haz click aquí
Publicado: e-consulta, 06 de diciembre de 2012

     Un nuevo sexenio empieza y, como en todo lo nuevo, para los optimistas hay esperanzas de mejora, pero para los pesimistas sólo se ven tinieblas bajo el mandato del viejo o nuevo- (qué más da) PRI. Pero, como siempre, los mexicanos esperan a un presidente mesiánico y todopoderoso: como si nuestra prosperidad como nación dependiese de un solo mortal. Difícilmente podríamos estar más equivocados si creemos que un presidente nos puede sacar del atraso en el que estamos política, económica y socialmente. En realidad, el famoso cambio no depende de ningún gobierno sino de ti y de mí: simples mortales que habitamos el país. Pero a los mexicanos nos gustan los cuentos de hadas y héroes; nos mueven las fantasías; nos seduce el éxito fácil y rápido; pero, sin duda, toda esa fantasía nos alejan de lo que realmente hace prosperar a un pueblo: el trabajo constante, organizado y ético.
     Desde el punto de vista económico, podríamos resumir bajo el riesgo de parecer demasiado reduccionistas- que la receta secreta del progreso reside en producir más con menos recursos. Pero desde el punto de vista social la cosa es más compleja porque, desde mi punto de vista, se requiere un cambio de mentalidad; un cambio de cultura que nos permita vivir con menos agresividad, menos segregación (sexual, étnica, económica, etc.), más respeto a los derechos de los demás, más compromiso y más justicia, entre otras variables clave del progreso social. A la base de todo cambio cultural está un cambio en la psicología individual y grupal. Los mexicanos necesitamos mirar la vida de manera diferente para poder tener un país más próspero y justo. Necesitamos cambiar nuestra mentalidad para aspirar a una mejor calidad de vida. Porque a ninguno de nosotros nos gusta vivir en un México sucio (en todo sentido); o en un país injusto porque la riqueza se acumula en pocas manos y la miseria se distribuye entre muchas, muchas más. Una nación donde la moneda circulante es la agresividad (sólo observemos a consciencia el tráfico de las calles), la irresponsabilidad y el no respeto (basta mirar nuestra puntualidad), el autoritarismo exacerbado (basta ver cómo le habla un jefe a sus subordinados), el desorden (basta ver un mercado), y la victimización (baste escuchar los argumentos de porqué una persona no cumplió lo que prometió). En efecto, le echamos la culpa a todo y a todos pero difícilmente nos responsabilizamos de lo que nos pasa. Siempre hay alguien (que no soy yo) que tiene la culpa de lo que me pasa: el gobierno, mi jefe, mi papá, mi colega, etc. El mexicano común casi siempre encuentra un pretexto de porqué no cumplió, pero eso no sirve de mucho para construir una nación próspera (como dice Jim Rohn, si realmente quieres hacer algo, encontrarás un camino; si no, encontrarás un pretexto). No quiero decir con esto que no podamos fallar nunca. Eso sería irrealista porque somos humanos y todo lo humano es, por naturaleza, imperfecto. Pero creo que nuestra tolerancia a la frustración debería ser menor para poder construir un México más próspero. Deberíamos exigirnos y auto exigirnos más, no conformarnos con cualquier resultado No conformarnos con el ahí se va. Reducir nuestra tolerancia a la frustración significaría no aceptar con tanta facilidad que las cosas salgan mal o que no salgan como nos lo propusimos. Si queremos que nos vaya mejor, entonces hay que subir un poco más la exigencia que nos tenemos. Un cambio de paradigma como éste debería venir acompañado de una mejora en nuestra auto disciplina y orden en la vida. Vivimos en una sociedad que se siente demasiado cómoda con el caos; que se siente bien en el desorden y que vive casi siempre de una manera muy indulgente consigo misma.
     Estamos por cerrar el año y empezando un nuevo sexenio político. ¿Sentimos los vientos del cambio? ¿De dónde vienen? El cambio social verdadero siempre empezará con uno mismo. Puede ser que casi todos los mexicanos sean impuntuales, pero no tenemos que ser como la mayoría. Como dicen en Francia: esto es así, pero en mi casa no. Cada uno de nosotros puede hacer la diferencia si se lo propone. No tenemos porqué esperar a que la clase política haga su trabajo para hacer el nuestro. Soy de la idea de que de los políticos más vale no esperar mucho porque casi siempre trabajarán, al menos en nuestro país, por interés personal y no por el interés general. Luego entonces, somos nosotros simples mortales- quienes en verdad podemos cambiar las cosas si nos decidimos y si nos organizamos bien en lo individual y en lo colectivo.


 

 

 

 

 

 

 

 

 

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