lunes, junio 17, 2013

El carrito del súper

Autora:  Rocío Barragán de la Parra
Publicado: La Primera de Puebla, 22 de mayo de 2013

     Este fin de semana, mientras realizaba algunas compras en una tienda de autoservicio, me tocó vivir una experiencia muy aleccionadora: tres pequeños de no más de 6 años viajaban dentro del carrito del súper y mientras sus padres revisaban los productos en los anaqueles ellos jugaban entre sí.
     Como suelen ocurrir estas cosas, en un pestañeo una de las pequeñas se levantó del fondo del carrito  para sentarse en la orilla, casi inmediatamente su hermana le imitó pero no logró guardar el equilibrio precipitándose al vacío; los padres estaban distraídos y no se percataron de lo sucedido hasta que escucharon el murmullo de quienes presenciábamos la escena.
     No sé cómo explicarlo pero en una zancada estaba cachando a la pequeña que  venía de cabeza al suelo, fue entonces que la madre giró y  encontró a su hija entre mis brazos, la tomó y agradeció mientras que el padre se sumaba a los hechos regañando a los niños por su mal comportamiento, acto seguido bajaron a los niños del carro y se fueron.
Los comentarios entre quienes presenciamos lo sucedido no se hicieron esperar y mi querida amiga Coco, que en ese momento me acompañaba comentó: “¿Ésa es la manera en la que se supone cuidamos lo más valioso que tenemos, el amor más grande de nuestras vidas?”, sus palabras y la experiencia vivida me provocaron la siguiente reflexión.
Quienes tenemos el privilegio y la bendición de ser padres, maestros, facilitadores o tutores, no siempre asumimos responsablemente dicha encomienda, y no me refiero sólo al hecho de vigilar a los pequeños mientras hacemos las compras en el súper; sino de asumir conscientemente la decisión de llevarlos dentro del carrito.
     Además de la fabulosa experiencia de ser madre de tres jovencitos, desde hace más de dos décadas me dedico a la educación universitaria y he conocido innumerables casos de chicos abandonados en el carrito por sus padres o tutores; situación no privativa de matrimonios separados o divorciados, sino de padres desvinculados de la formación en el hogar; la mayoría de ellos ocupados, – en el mejor de los casos -, en el tener para sus hijos que en el ser para sus hijos; lo que sería proporcional, según la experiencia del fin de semana -, a dejarlos sin vigilancia en el carro del supermercado.
     La formación de los hijos va más allá de asegurarles una vivienda y pagar las cuentas; no se limita a subirlos en el carrito, sino a estar atentos de lo que sucede mientras viajan ahí; estar cercanos a su desarrollo, guiarlos firme y amorosamente hacia procesos de madurez afectiva e intelectual; enseñarles a vincularse asertivamente con su realidad, su entorno y sus semejantes; que sean capaces de potenciar(se) para resolver, enfrentar y decidir las situaciones cotidianas, - promisorias o adversas- de la vida.
     Comprometerse en esta encomienda no es sencillo, sobre todo si consideramos que en ocasiones las decisiones que tomamos pueden ser impopulares a sus ojos y eso puede hacernos sucumbir para dejarlos viajar en el carrito sin medidas de seguridad, pensando que con ello evitamos tensiones, gimoteos, gritos o chantajes; sin embargo no podemos ni debemos concederles todo cuanto nos piden porque como ocurrió el fin de semana, pueden perder el equilibrio y venirse de cabeza al piso.
     Las peticiones que realizan nuestros hijos no siempre nacen de una genuina necesidad, ni siempre se vinculan a decisiones pensadas en su bien-ser o bien-estar; en algunas ocasiones cuando este modelo de vinculación persiste, corremos el riesgo de generar pequeños monstruos que se relacionan de manera nociva con los demás y que terminan sufriendo ante su incapacidad para convivir y relacionarse.
     Dicho de otra manera se trata de entender en lo fundamental que no todo lo que es placentero nos conduce al bien, del mismo modo que no todo lo que nos hace bien nos conduce al placer y éste no siempre es sinónimo de plenitud o felicidad. Del mismo modo, subir a los hijos al carro de las compras no salvaguarda su integridad a menos que supervisemos sus acciones; en ocasiones es preferible que caminen a un lado o viajen sentados en el espacio diseñado para ello sujetos con el cinturón de seguridad, al principio puede costarnos su llanto e inconformidad, pero además de realizar las compras de forma segura; enseñaremos a nuestros hijos pequeñas lecciones de vida que fortalecen la convivencia, el respeto y la comunidad amorosa que representa el hogar.

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