jueves, septiembre 12, 2013

Nuestra reforma educativa de cada día

Autor: José Rafael de Regil Vélez.
Publicado en Puebla on line, 12 de septiembre de 2013
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Para NAS: el empeño docente vale la pena

El sexenio actual inauguró su gestión empujando lo que denominó “reforma educativa”.  Esta acción política y legislativa ha evidenciado que hay muchas visiones en el país sobre el tema y sus tareas pendientes y que es necesario que como nación abordemos los pendientes que cien años de sistema educativo nacional han ido acumulando: ¿a quién corresponde la rectoría de la educación?, ¿cómo preservar el carácter laico, gratuito y obligatoria que asignó el constituyente del 17 a esta interacción sociopolítica?, ¿de quién son propiedad las plazas que ocupan los maestros?, ¿qué significa evaluar las acciones educativas, más allá de establecer un sistema de calificaciones para acreditar grados académicos?, ¿quiénes deben ser profesores, cómo han de llegar al magisterio y permanecer en él?, ¿cómo han de ser los itinerarios de formación permanente para que los docentes puedan afrontar los desafíos que los cambios sociales, culturales, económicos y políticos presentan a la educación?, ¿cómo adecuar la infraestructura para que profesores y alumnos trabajen en instalaciones y con recursos, con qué presupuestos, con qué corresponsabilidad de los distintos actores?  Se trata de una dimensión macro del problema educativo y tiene sus tribunas, sus tiempos y sus actores: funcionarios de los gobiernos federales, estatales, municipales; legisladores; líderes sindicales y agremiados; los medios de comunicación.
                La trascendencia del debate que se está dando en frentes tan diversos como el Congreso, las dependencias del poder ejecutivo y las calles puede oscurecen otra dimensión de la reforma educativa, tal vez menos espectacular, pero no menos importante: la cotidiana, la que sucede cada día, en la cual todos estamos comprometidos en la medida que todos nos referimos de una u otra forma a la educación.
                Reformar quiere decir volver a dar forma, porque la que se tenía no da más cuenta de aquello que contiene. La labor que realizamos los actores del sistema educativo nacional ya no puede seguir siendo como fue, pues no responde a lo que la educación profesional supone, y al parecer la que es realizada en la familia.
                Pienso que una educación reformada debe tomar en cuenta algunas tareas pendientes. Enuncio algunas, sabiendo que se pueden quedar en el tintero otras más: a) el papel de la familia en la educación y en la escuela, b) los objetivos que han de perseguirse en el proceso educativo más allá de la transmisión del conocimiento: formación para la ciudadanía, proceder, c) trabajar con un proceso profesionalmente diseñado y evaluado con actividades que los alumnos entiendan referidas a los propósitos que se persiguen, d) preparar para el diálogo y la mediación de conflictos y e) replantear el papel de la formación permanente entre los actores de la educación.
               
a) Educación y familia
En primer lugar es necesario reformar el papel de la familia en el acto educativo. Por motivos diversos como la atomización familiar, la necesidad del trabajo asalariado paterno y materno para sufragar gastos, la pérdida de estructuras comunitarias, la influencia de los medios de comunicación y las redes sociales, los niños llegan a la escuela carentes de un marco axiológico inicial a partir del cual puedan irse socializando; les falta desarrollo psicomotriz por pasar largas horas encerrados en su casa y ya no jugando con sus vecinos y familiares. Muchos niños inician la vida escolar sin un marco de exigencia y disciplina que hace que su permanencia en las distintas etapas de escolaridad sea muy complicada. Hay mucho que trabajar desde este frente y no es precisamente a la escuela a la que corresponde suplir esta tarea formativa doméstica.
                En las clases medias y altas es común que los padres se presenten en las instituciones educativas con la pretensión de saber tanto o más de pedagogía y didáctica que directivos y profesores. De manera vergonzosa acusan a los maestros de los errores e indisciplinas de sus hijos y refuerzan en ellos la autoreferencia, vicio que acaba con cualquier ciudadanía. Hay que cambiar el hábito de rivalizar por el de dialogar y encontrar los mejores caminos para lograr los propósitos de personalización, socialización e inculturación propios de la vida escolar.

b) Pretender una formación integral de ciudadanos competentes
                En segundo lugar hay que hacer un cambio real en los objetivos de la tarea educativa. Pese que la reformas de la educación básica, media y superior hacen hincapié que lo que hay que pretender es la formación de mujeres y hombres competentes, capaces de poner el conocimiento, ejecutar las habilidades e interactuar con actitudes que faciliten la colaboración social, económica, política y cultural, la realidad es que para muchos docentes, alumnos, directivos y padres de familia la función de la escuela es dar conocimientos. Que los niños sepan, que demuestren que sepan, aunque eso no tenga la menor relación con la vida concreta.
                La didáctica está encerrada en el aula, tiene poco contacto con el mundo y supone muy pocos problemas que impliquen la movilización del saber, del saber hacer y de lo que se es en pos de soluciones que aporten a la forma cotidiana de vivir. En este sentido las escuelas están totalmente desvinculadas de los actores sociales: empresarios, políticos, trabajadores, líderes sindicales, miembros de organizaciones no gubernamentales.
                En la misma línea, se habla, por ejemplo, de trabajo en equipo y formación de liderazgo, pero las instituciones y los profesores no delegan realmente poder a los alumnos y verdaderamente tienen pánico de hacerlo, porque suponen que niños y jóvenes empoderados son el mayor riesgo que habrán de enfrentar en su labor.  No existe cultura de colaboración y sin ella no hay proyecto social viable.
                De igual manera, la educación para la toma de decisiones es básicamente discurso, sin ninguna estrategia pedagógica realmente evaluable, sistematizable.
                EDUCAR ES MÁS QUE DAR CONOCIMIENTOS y debe haber propósitos claros, indicadores y métodos para dar cuenta de que se trabaja en ello, promoviendo la formación integral del alumnado.
               
c) Trabajar académicamente a partir de propósitos compartidos y la evaluación de las prácticas pertinentes para los fines perseguidos y una adecuada planeación
Una tercera línea de reforma que vislumbro es que se revierta la situación en la que los estudiantes trabajan solo para hacer lo que los académicos les solicitan, puesto que realizan su actividad sin tener ni la más remota idea de los propósitos u objetivos que se persiguen en sus cursos, en las actividades que realizan y no pueden discriminar si lo que les es solicitado tiene o no que ver con lo que se pretende.
                Formamos personas que obedezcan órdenes, no que disciernan los medios y acciones para la consecución de un fin. Por eso en los ámbitos laborales son tan temidas las personas que tienen demasía de dieces en sus certificados de estudios: porque es muy posible que sean un monumento a hacer lo que el jefe pide y no a la capacidad de toma autónoma de decisiones.
                Muy de cerca de lo anterior, se necesita reformar la evaluación basada en calificación de productos a una que esté basada en logro o no de propósitos a partir de indicadores y que se dé en un diálogo cuyo producto sean los objetivos de mejora de los implicados en cuanto personas y como grupo, a partir de los cuales se diseñen estrategias concretas para continuar  o mejorar rumbo a las finalidades comúnmente compartidas. Las calificaciones son tan solo referentes, sin lo anterior llevan a nada en realidad. Hoy por hoy diez de promedio sigue significando para muchas personas sinónimo de buena educación.
                Hoy para muchos docentes la planeación educativa es la elaboración de formatos que deben entregar a sus jefes y para estos es un trámite que tienen que cubrir, pero no orienta realmente los afanes cotidianos en el aula y fuera de ella. La ausencia del planear lleva al paso del tiempo a la repetición innecesaria, a la pérdida de innovación y a la falta de replicabilidad y escalabilidad de las prácticas pedagógicas acertadas. La planeación y la evaluación que la acompaña son las herramientas para pensar y realizar una docencia realmente profesional.

d) Formación para el diálogo y la mediación de conflictos           
Hay una cuarta línea de transformación pedagógica que es necesario transitar: formar para el diálogo, para el uso de la inteligencia en los problemas de convivencia inmediata y mediata. Enseñar a mediar conflictos y no evadirlos; a participar en la construcción de la normatividad que sirva para la resolución de problemas.
                Hoy por hoy los alumnos participan poco o nada en esta dimensión política del acto educativo. Se prefiere que sean agentes externos quienes solucionen los problemas y no sus propios actores. La educación para la ciudadanía es una tarea pendiente, pues no se reduce  a dar clases de información cívica, sino a promover prácticas de aprendizaje político.
                Pero no habrá conflictos allí donde los miembros de una comunidad educativa no puedan interactuar realmente en busca de los mismos propósitos, pero encontrando diversos medios para lograrlos. Participación es sinónimo de conflicto y este lo es superación de la diferencia en la convergencia.

e) Reformular la formación permanente            
                Para finalizar la reflexión, creo que una quinta línea reformadora se hace necesaria, aunque ello no agota las necesidades de cambio educativo. Se trata del concepto y la práctica de la formación permanente. Esta suele ser entendida como la asistencia a cursos de capacitación dados por agentes externos para que los docentes conozcan métodos y técnicas. Pero este es solo un medio. La finalidad de formarse continuamente es que un colectivo de profesores se reúna para detectar los problemas que enfrentan en su búsqueda de alcanzar la misión que los convoca y busquen de manera teórica y práctica, metodológicamente articulada, las pautas de solución a ello. Es una tarea que compete a academias y consejos técnicos, a organismos colegiados y supone de sus actores un compromiso real de actuar profesionalmente, solo que habitualmente no ocurre.
                Y más todavía: la educación básica y media deben ser entendidos como el primer paso de la formación permanente. Es formando a los alumnos para aprender a aprender de forma colaborativa como se sembrará el futuro de agentes sociales capaces de afrontar sus problemas de manera más solidariamente informada.

                Miradas las cosas como se ha escrito en este artículo hay una dimensión de la transformación y el cambio educativo que requiere nuestro país que no necesita aguardar a la reforma que va en camino. Se trata de la que nos compete a todos y que vendrá de repensar lo fundamental de la educación y los desafíos que enfrentan maestros, alumnos, directivos y familiares para formar mujeres y hombres capaces para hacer de este mundo uno más justamente humano.

                La reforma educativa no puede ser reducida a lo que hoy se pelea en el Congreso y su lobby, la calle o los medios de comunicación, pues implica las prácticas que día a día realizamos los actores involucrados en el acto de educar –la familia, los estudiantes, los profesores, los directivos, la comunidad en su conjunto- y que tiene que ver con entender y hacer posible que una persona crezca como tal creando un mundo de justicia en el que sea posible vivir dignamente.

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