miércoles, enero 22, 2014

La fuerza de la comunidad


        Autora: Belén Castaño Corvo
Publicado: e-consulta, 04 de diciembre  2014
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     A menudo oímos frases como “la sociedad ha perdido los valores”, “vivimos en una sociedad enferma”, vamos deprisa, detrás del tiempo, sin tiempo para escucharnos, sin tiempo para disfrutar la belleza que la vida nos regala. 
     Cerca de nosotros encontramos a personas que terminan sus vidas, van buscando la muerte, hablan de la falta de sentido de sus vidas, del vacío de su existencia. Tocamos así las preguntas cruciales, el sentido de la vida y el sentido de la muerte, el gran misterio de la existencia humana y también esa especie de vorágine, de remolino que nos devora y nos llena de malestar, de cansancio.                                                                       ¿Qué es vivir?, ¿cómo puedo sostener mi vida?, ¿cómo puedo reconocer y liberarme de los enemigos de mi interioridad?.
      Tenemos la experiencia de haber sembrado una semilla, de contemplar la vida que surge y ver que esa vida necesita de luz, de calor, de humedad. Nuestras vidas necesitan humedad, requerimos ir a nuestro pozo interior o a esa fuente de agua viva interna,  para nutrirnos y lograr que en nuestra vida estén presentes la fe, la esperanza, la alegría y la paz. Necesitamos vernos como alguien con conciencia de Alguien como diría Fernando Rielo.
     Junto a ello es necesario tener en cuenta algunas pistas. Una de ellas es la actitud contemplativa que nos  ayuda a extasiarnos, a encauzar toda esa “energía extática” que llevamos dentro. Ejemplo de ello es aprender a mirar, a contemplar algo tan sencillo como una puesta de sol, el semblante de un niño, de un anciano. Otra pista es ver hacia dentro, atrevernos a visitar nuestro  interior, a recorrer nuestra habitación interior, a detenernos en nosotros mismos  desasidos  de aquellos “accesorios” que nos comunican con el mundo, a sanar las heridas internas. Una pista más nos invita a relacionarnos con los otros de otra manera, desde otras actitudes, con la conciencia de que es más fácil “compartir que competir” de que esto último nos separa a diferencia de la unidad que propicia compartir la vida, el tiempo, el conocimiento… esto sin duda nos adentra en eso que todos deseamos,  ser felices.  Podemos vivir juntos en la familia, en el barrio, en la ciudad,  en nuestro país, hay sitio para todos, todos cabemos, todos tenemos mucho que aportar. La comunidad tiene fuerza, vigor, requiere de un entusiasmo renovado fuera de idealismos sobre andamios endebles. La comunidad es cobijo, es calor, es el espacio para saberse reconocido, con nombre, con  lo humano más humano, la fragilidad, la debilidad, el dolor. La comunidad es soporte porque cada uno de sus miembros funge como pilar, como columna que sostiene. Hay columnas pequeñas y otras más grandes, todas son necesarias. La comunidad trabaja en equipo, cada uno pone lo mejor de sí mismo, la comunidad se fortalece cuando todos aportamos, cuando todos nos disponemos a aprender de los otros.
      La comunidad adquiere vigor con la fuerza de cada uno de los que la componen, a veces es ese uno el que tira de los demás. En la película La fuerza de uno sobre el apartheid sudafricano PK encauza su fuerza gracias al brujo  Dabula  Manzi, a Doc con quien convive en la prisión y Geel Piet quien le enseña a boxear. La fuerza interior de Gandhi y la profunda espiritualidad que desarrolla en su vida son el cauce para lograr la independencia de India superando los diferentes obstáculos que va encontrando en su camino. En nuestro tiempo contemplamos la victoria de Malala Yousafzai  joven paquistaní que con solo dieciséis años es un icono global contra el integrismo y vivo ejemplo de la fuerza interior de una persona que impulsa no sólo a su comunidad de origen sino a la comunidad internacional que la conduce a ser candidata al Premio Nobel de la Paz. En la entrevista que le hace Rosa Montero para la revista El País semanal, el pasado 13 de octubre Malala dice “estoy entregada a la causa de la educación y creo que puedo dedicarle mi vida entera. No me importa el tiempo que lleve. Me concentro en mis estudios, pero lo que más me importa es la educación de cada niña en el mundo, así que empeñaré mi vida en ello y me enorgullezco de trabajar en pro de la educación de las niñas”
      En este reportaje de Rosa Montero  Malala refiere como “los talibanes no lograron ni matarla ni callarla cuando le metieron una bala en la cabeza”. Después de esta situación durísima,  Malala escribe su libro Yo soy Malala  lo cual le obliga a estar nuevamente en primera línea, haciendo esa dura elección. En la entrevista dice al respecto: “es que esto ya es mi vida, no es solo parte de ella. No pudo abandonar. Cuando veo a la gente de Siria, que están desamparados,  algunos viviendo en Egipto, otros en el Líbano;  cuando veo a toda la gente de Pakistán que están sufriendo el terrorismo, entonces no puedo dejar de pensar: “Malala, ¿por qué esperas a que otro se haga cargo?, ¿por qué no lo haces tú,  por qué no hablas tú a favor de sus derechos y de los tuyos?”. Yo empecé mi lucha a los 10 años”.

     Estas palabras son mucho más que una invitación, son un impulso lleno de vida para abandonar las pequeñitas “batallitas” diarias que nos separan estúpidamente y emprender con renovado esfuerzo  el fortalecimiento de la comunidad o dicho de otro modo el sueño de la restauración de la humanidad, con la certeza de que a la par, se dará la nuestra. 

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