Autora:
Rocío Barragán de la Parra
Publicado:
La Primera de Puebla, 09 de abril de 2014
Aunque
mucho se ha hablado del tema del liderazgo
particularmente me interpela la forma en que Chris Lowney lo
aborda en el libro ¿Liderazgo al estilo de los Jesuitas?; con una
mirada poco tradicional centrar esta habilidad a partir de lo que
llama el ?segundo nacimiento?, un acontecimiento que enmarca
nuestra vida y es definitorio en la toma de decisiones, ese golpe
espiritual que pone a prueba nuestras capacidades y nuestra
voluntad.
Para San Ignacio de Loyola este segundo nacimiento significó
asumir la vida desde una posición más trascendente, emprender
el viaje más valioso de su vida: el conocimiento de sí mismo, para
luego apuntalar el nacimiento de la Compañía de Jesús y
concebir, como entrenamiento de la vida interior los ejercicios
espirituales.
Conocerse a sí mismo, sobre todo en Occidente es un campo
inexplorado; culturalmente trabajamos más en las relaciones
interpersonales y no en hábitos introspectivos o reflexivos que
doten de herramientas para (re)conocernos y aceptarnos;
aquellos que apuntalan la autoestima y el amor propio. Los
beneficios del autoconocimiento son infinitos porque nos brinda
la oportunidad de ordenar nuestra vida y fincar de manera
sostenible nuestro propio crecimiento: ¿cómo quiero configurar
mi vida?, ¿a quién quiero servir?, ¿de qué modo?, ¿cuáles son mis
limitaciones?, ¿cómo las voy a enfrentar?, ¿a qué estoy dispuesto?,
¿de qué soy capaz?, ¿cuál es el sentido de mis acciones?, ¿cómo
quiero ser reconocido o recordado?.
San Ignacio de Loyola decía ¿En tiempos de desolación no hay
mudanza?, aludiendo a la capacidad de aprender a resistir los
embates de la vida, a permanecer en sí mismos. Aceptar que las
situaciones complejas vienen aparejadas de grandes lecciones y
si nos movemos o nos salimos de nosotros mismos, difícilmente
desarrollaremos una estructura de pensamiento intelectual y
emocional que nos permita atender, entender, valorar y decidir
de modo consciente y asertivo, todo aquello que nos configura.
Los ejercicios espirituales son fuente de crecimiento personal,
práctica que nos transforma en atletas espirituales, creadores de
nuestros propios recursos interiores apuntalados en 5 ejes:
1. Dominarse y ordenar la vida a través de un examen de
conciencia; esto resulta conflictivo y doloroso pero es
indispensable para reconocer los afectos desordenados; los
demonios o apegos representados en los vicios, debilidades, el
desamor, la codicia, el egoísmo, el hedonismo, o el narcisismo;
todos enemigos de nuestra naturaleza humana. Reconocerlos
permite trabajarlos para superarlos y un buen inicio es realizar
un inventario de quién soy, a dónde quiero ir y qué me detiene.
2. La base del ingenio: hacernos indiferentes; Para valorar
aquello que ocurre y que se me ocurre; fomenta la
adaptabilidad, la audacia, la rapidez y el buen juicio. La frase más
emblemática de la indiferencia, como terreno fértil para el
ingenio es ?El problema no es el dinero sino la servil afición a él o
a cualquier otra cosa?. Impulsar la capacidad de liberarme de
temores, impulsos y adhesiones que controlan mis acciones. ?La
afición al dinero suele ser un bálsamo para alguna otra comezón
debilitante del ego: temor al fracaso, necesidad de ser
importante, sentimiento de inseguridad?; hay que buscar pues,
poner la balanza en equilibrio.
3. El fundamento del heroísmo: el MAGIS; buscar dar más de sí, el
mayor servicio en cada una de mis acciones, ¿qué te puede
motivar tanto que te lleve a ir más allá del servicio de todo
corazón?; plantear la pregunta ya es un primer paso para caminar
hacia una decisión bien pensada.
4. La gratitud como motor del amor; Si he introyectado mi ser y
he podido explorar en mis más obscuros espacios ¿cómo puedo
mirar con aprecio y agradecimiento las bendiciones y beneficios
recibidos? a través del amor:
* El amor más en los hechos que en las palabras
* El amor como una recíproca comunicación entre dos seres, el
que ama da y comunica lo que tiene a la persona amada
Apreciarnos como una persona con dignidad y potencial que al
compartir(nos) fructificamos también el potencial de nuestros
semejantes.
5. El examen cotidiano: Al levantarse, después del almuerzo y de
la cena dedicar unos momentos para agradecer los beneficios
recibidos y preguntarme ¿cuál es mi meta del día?, ¿cómo he
trabajado en ella, corregí, mejoré? mis actitudes y elecciones
¿me acercan o alejan a ellas?; este hábito de reflexión es sencillo
pero poderoso y crea un ciclo de retroalimentación permanente
que entrena y perfecciona el atleta espiritual que habita en
cada uno de nosotros.
La autora es profesora de la Universidad Iberoamericana Puebla.
Este texto se encuentra en:
http://circulodeescritores.blogspot.com
Sus comentarios son bienvenidos
particularmente me interpela la forma en que Chris Lowney lo
aborda en el libro ¿Liderazgo al estilo de los Jesuitas?; con una
mirada poco tradicional centrar esta habilidad a partir de lo que
llama el ?segundo nacimiento?, un acontecimiento que enmarca
nuestra vida y es definitorio en la toma de decisiones, ese golpe
espiritual que pone a prueba nuestras capacidades y nuestra
voluntad.
Para San Ignacio de Loyola este segundo nacimiento significó
asumir la vida desde una posición más trascendente, emprender
el viaje más valioso de su vida: el conocimiento de sí mismo, para
luego apuntalar el nacimiento de la Compañía de Jesús y
concebir, como entrenamiento de la vida interior los ejercicios
espirituales.
Conocerse a sí mismo, sobre todo en Occidente es un campo
inexplorado; culturalmente trabajamos más en las relaciones
interpersonales y no en hábitos introspectivos o reflexivos que
doten de herramientas para (re)conocernos y aceptarnos;
aquellos que apuntalan la autoestima y el amor propio. Los
beneficios del autoconocimiento son infinitos porque nos brinda
la oportunidad de ordenar nuestra vida y fincar de manera
sostenible nuestro propio crecimiento: ¿cómo quiero configurar
mi vida?, ¿a quién quiero servir?, ¿de qué modo?, ¿cuáles son mis
limitaciones?, ¿cómo las voy a enfrentar?, ¿a qué estoy dispuesto?,
¿de qué soy capaz?, ¿cuál es el sentido de mis acciones?, ¿cómo
quiero ser reconocido o recordado?.
San Ignacio de Loyola decía ¿En tiempos de desolación no hay
mudanza?, aludiendo a la capacidad de aprender a resistir los
embates de la vida, a permanecer en sí mismos. Aceptar que las
situaciones complejas vienen aparejadas de grandes lecciones y
si nos movemos o nos salimos de nosotros mismos, difícilmente
desarrollaremos una estructura de pensamiento intelectual y
emocional que nos permita atender, entender, valorar y decidir
de modo consciente y asertivo, todo aquello que nos configura.
Los ejercicios espirituales son fuente de crecimiento personal,
práctica que nos transforma en atletas espirituales, creadores de
nuestros propios recursos interiores apuntalados en 5 ejes:
1. Dominarse y ordenar la vida a través de un examen de
conciencia; esto resulta conflictivo y doloroso pero es
indispensable para reconocer los afectos desordenados; los
demonios o apegos representados en los vicios, debilidades, el
desamor, la codicia, el egoísmo, el hedonismo, o el narcisismo;
todos enemigos de nuestra naturaleza humana. Reconocerlos
permite trabajarlos para superarlos y un buen inicio es realizar
un inventario de quién soy, a dónde quiero ir y qué me detiene.
2. La base del ingenio: hacernos indiferentes; Para valorar
aquello que ocurre y que se me ocurre; fomenta la
adaptabilidad, la audacia, la rapidez y el buen juicio. La frase más
emblemática de la indiferencia, como terreno fértil para el
ingenio es ?El problema no es el dinero sino la servil afición a él o
a cualquier otra cosa?. Impulsar la capacidad de liberarme de
temores, impulsos y adhesiones que controlan mis acciones. ?La
afición al dinero suele ser un bálsamo para alguna otra comezón
debilitante del ego: temor al fracaso, necesidad de ser
importante, sentimiento de inseguridad?; hay que buscar pues,
poner la balanza en equilibrio.
3. El fundamento del heroísmo: el MAGIS; buscar dar más de sí, el
mayor servicio en cada una de mis acciones, ¿qué te puede
motivar tanto que te lleve a ir más allá del servicio de todo
corazón?; plantear la pregunta ya es un primer paso para caminar
hacia una decisión bien pensada.
4. La gratitud como motor del amor; Si he introyectado mi ser y
he podido explorar en mis más obscuros espacios ¿cómo puedo
mirar con aprecio y agradecimiento las bendiciones y beneficios
recibidos? a través del amor:
* El amor más en los hechos que en las palabras
* El amor como una recíproca comunicación entre dos seres, el
que ama da y comunica lo que tiene a la persona amada
Apreciarnos como una persona con dignidad y potencial que al
compartir(nos) fructificamos también el potencial de nuestros
semejantes.
5. El examen cotidiano: Al levantarse, después del almuerzo y de
la cena dedicar unos momentos para agradecer los beneficios
recibidos y preguntarme ¿cuál es mi meta del día?, ¿cómo he
trabajado en ella, corregí, mejoré? mis actitudes y elecciones
¿me acercan o alejan a ellas?; este hábito de reflexión es sencillo
pero poderoso y crea un ciclo de retroalimentación permanente
que entrena y perfecciona el atleta espiritual que habita en
cada uno de nosotros.
La autora es profesora de la Universidad Iberoamericana Puebla.
Este texto se encuentra en:
http://circulodeescritores.blogspot.com
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