viernes, junio 13, 2014

Del Dios que ama la vida

Autor: José Rafael de Regil Vélez, datos del autor haz click aquí
Publicado: Síntesis Tlaxcala, 16 de abril de 2014

     La semana santa, con el recuerdo y conmemoración de la pasión y muerte de Jesús de Nazareth, a quien muchos años después por doquier hay quien lo llama Jesús el Cristo, tiene un significado que a mi parecer hoy todavía se vuelve buena noticia.
Para entender esto tenemos que retroceder en el tiempo, tanto como nos deje no solo la tradición anidada en los libros sagrados de los cristianos, sino como lo permitan los métodos de estudio histórico críticos de cuyos resultados hay una abundante literatura que nutre lo que técnicamente se denomina cristología.
     De lo que se puede reconstruir de ese Jesús es que anduvo por los caminos de su tierra proclamando una experiencia que a él le movía a vivir de una manera y que quería compartir con quien lo quisiera recibir. Se trataba de algo diferente a lo que en su pueblo era considerado bueno, moralmente correcto y que tenía que ver con la exclusión en nombre de la religión, con la separación de la vida en buenos y malos, justos y pecadores. 
     El mundo en el que vivió Jesús estaba profundamente dividido y encontraba justificación en sus ideas religiosas. Él pasó por los caminos diciendo cosas como que Dios reina no cuando se impone un sistema económico o político determinado sino cuando las mujeres y los hombres son fraternos, trabajan por la justicia, son veraces, libres y no esclavos de la ley. Dios reina no a partir de un reino lejano de la tierra, sino a partir de las relaciones entre las personas que permitan que todos tengan vida y puedan tenerla en abundancia.
     Así, como señala Mt 25, Dios reina cuando alguien viste al desnudo, da de comer al hambriento, visita al encarcelado, cuida al enfermo y no necesariamente cuando alguien cumple todas las leyes religiosas y se llena de orgullo por cumplir las prácticas religiosas. Su manera de vivir diciendo que sí a todo lo que genera vida, en especial para los excluidos, resultó muy comprometedor para las autoridades de su tiempo y lo mataron, para escarnio de todos, para que no blasfemaran como lo había hecho aquel hombre nazareno. 
     Para los poderosos de aquel tiempo Dios no sería alguien que se rebajase a tan poquita cosa como interceder por los pobres, por las prostitutas, por los no judiíos, por los huérfanos o las viudas, sino un ser lejano, accesible solo a los sacerdotes, que por estar cerca de Él tendrían todo el poder económico, político, social, junto con una muy pequeña élite.... todas las oportunidades serían para ellos, muy pocas para los excluidos, quienes vivirían permanentemente como en situación de muerte.
     Jesús fue asesinado por apostarle a la vida... y la fe de los cristianos dice que no quedó muerto, que resucitó, con lo que se afirma una idea que hoy se vuelve importante para dar esperanza: que Dios ama la vida, que la enfermedad, la injusticia, el sufrimiento, la iniquidad nunca tendrán la última palabra sino la vida, la verdad, la libertad, la posibilidad de recrear el mundo, de ser hermanos, de compartir esperanza para afrontar todo lo que viene.
     La Semana Santa nos tiene ese mensaje: siempre es mejor apuesta la de la vida que la de la muerte, buena noticia en estos días de secuestros, de autodefensas, de impunidad en las clases políticas y los líderes financieros. Por más que parezca, lo que mata y deshumaniza jamás tendrá la última palabra.

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