viernes, junio 13, 2014

La buena educación comienza en...

Autor: José Rafael de Regil Vélezdatos del autor haz click aquí
Publicado: Síntesis Tlaxcala, 04 de junio de 2014

Este fin de semana, a través de una de las redes sociales en las que participo, me llegó el siguiente mensaje: 
"PARA REFLEXIONAR
Hay una educación que es gratuita: la que usted le debe inculcar a sus hijos. Enséñeles a respetar, a no destrozar, a no mentir, a no robar, a ser responsables, esforzados, solidarios, a tener valores, a no ser violentos y a cuidar el medio ambiente.
Es muy bueno luchar por una educación de calidad, pero la educación comienza en el hogar. 
¡¡¡NO DELEGUE A LOS PROFESORES LO QUE USTED DEBE HACER!!!
     El texto me pareció simpático, incluso pertinente, así que lo compartí de tal suerte que mis contactos lo recibieran. El efecto fue más o menos parecido a lo que me imaginaba: tuvo muchos "me gusta" y fue reenviado a más contactos.
     Por la mañana me llegó otro, más breve, pero no menos enfático: "CAMPAÑA: haga un favor a la humanidad. Diga NO  a su hijo cuando sea necesario. La sociedad se lo agradecerá"... volví a estar de acuerdo y también lo reenvié a mis amistades. 
     Parece evidente: hoy en las escuelas y fuera de ellas nos topamos con niños que parecen de cristal, que se rompen en cuanto alguien les pone un límite y cuyos progenitores no son capaces de entender que sus hijos necesitan saber comportarse en sociedad. Hace algún tiempo circuló una caricatura que ponía la misma situación a partir de un diálogo entre padres, hijo y profesora a propósito de las bajas calificaciones del menor: en la primera parte al vástago se le llamaba la atención, pidiéndole que explicara el desatino; en la segunda -en nuestros tiempos- a la profesora se le interpelaba por lo mismo.
     Así, en un primer vistazo, los profesores no pueden hacer lo que los familiares no hagan. Y es verdad, porque si ellos desconfían de quienes educan profesionalmente e incluso bloquean su tarea con tal de no sentir traicionadas las expectativas que tienen sobre sus retoños, nada se puede hacer sino esperar a padecer a un adulto que reste en lugar de que sume para construir un mejor país. 
    Sin embargo, pienso que puede haber un  engaño al mirar de una manera simplista las corresponsabilidades educativas: pensar que la buena educación comienza en casa o en la escuela o en los medios de comunicación, como cosas excluyentes... 
     Creo que no es así: empieza en las múltiples aristas que tiene la vida social. Los padres han pasado antes que por la paternidad por procesos educativos que deberían haberles dado lucidez del rol que tienen que jugar al traer a alguien al mundo; los medios de comunicación proponen -conscientemente o no- modelos conductuales. Los grupos religiosos, las instituciones estatales, los profesionales del acompañamiento de las personas también tienen una cuota que juegan simultáneamente a la incorporación de los pequeños en el mundo en el que les ha tocado vivir. Y con frecuencia los diversos actores que influyen en las pautas conductuales de las personas se lavan las manos: le echan la culpa a los padres o a los profesores de lo mal que están las generaciones jóvenes y allí quedan las cosas.
     ¿Hay alguna pauta de solución para esto? Creo que sí, aunque no será simple. Y en ello, más allá de mis gustos o disgustos, creo que la educación escolarizada tiene un papel muy importante que jugar, pues en la escuela coinciden muchas de las acciones y actores que tienen algo que aportar en esto de acompañar el proceso para que una persona se construya tal con, por y para los demás en el mundo que le tocó vivir. 
     Si bien la buena educación comienza en muchos lados -y uno en especial es la familia-, pueden ser los directivos y profesores quienes articulen el caudal de posibilidades mediante planes y programas que vean integralmente a la persona, que sumen con propósitos claros y líneas de evaluación razonables tanto a padres, como a los propios niños o jóvenes, como a diversos profesionales del acompañamiento humano para que al tiempo que se comprenda el mundo se sea capaz de desenvolverse en él con respeto, con propuestas, con solidaridad, con búsqueda de justicia, con creatividad.
     En lenguaje pedagógico contemporáneo: se educa atendiendo a formar personas competentes para la vida, mediante el diseño de actividades que convoquen y provoquen lo mejor de nuestra humanidad. Las acciones conducentes, si son claras, razonables, permitirán el diálogo que busca que cada quien saque con los demás lo mejor de sí, de nosotros y si hay cosas que escapan será fácil entender cómo trabajar en ellas sin recriminaciones para nadie.
     Una palabra más: entendidas así las cosas educativas, los directivos, más que nadie, tienen el deber de crear las condiciones para que todos los demás actores pedagógicos puedan dar su aporte. Sin ellos será imposible que los profesores realmente planeen su actividad docente, que los padres dialoguen y lleguen a acuerdos de beneficio para ellos mismos, sus hijos y la escuela, que los actores sociales externos se relacionen con las instituciones educativas, que los medios al alcance se conviertan en herramientas para formar personas.
     La buena educación comienza en... muchas partes y comienza con... muchos actores. El desafío que tenemos como sociedad es articular esfuerzos para que no sea que suceda que nos topemos con adultos incapaces de hacerse cargo de sí  con, por y para los demás y del mundo que nos ha sido dado y que hemos de dar en el futuro a otros más. Y en este empeño, las escuelas merecen todo nuestro respaldo, pues están llamadas a jugar un rol que pocas veces les permitimos.

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