jueves, junio 12, 2014

¿Semana de pascua?

Autor: Alejandro Ortiz Cotte
Publicado: lado b, 22 de abril de 2014

     La semana de pascua siendo la de mayor importancia en la fe cristiana se ha vuelto una semana marginal en la práctica religiosa del cristiano contemporáneo. En esta semana recordamos con alegría que el “crucificado” resucitó. Que la vida del hombre que amó al extremo no terminó en la injustica humana sino en el abrazo amoroso y salvífico de Dios. No es cualquier acontecimiento es el Acontecimiento cristiano por excelencia que junto con la encarnación nos vienen a indicar que Dios nos ama hasta el extremo. Esta es nuestra fe e implica toda una revolución teológica en la historia de las religiones. Para nosotros los cristianos el mal no tiene la última palabra, la injusticia no es el último paso, sino que es el amor, la misericordia, la justica las que prevalecen al final de todo tiempo. Sabemos que Dios detesta la injustica y conspira con nosotros para erradicar toda nueva “crucifixión injusta” y eso nos hace no solo creyentes sino activistas por un mundo mejor. Esta debería ser la semana mayor, la semana central, la fundamental para celebrar nuestra fe cristiana.      Pero no es así. Es una semana intrascendente para las mayorías cristianas lamentablemente. Esto se debe a diferentes causas. La primera es que estamos acostumbrados a celebrar la semana santa, es decir la pasión y muerte de Jesús pero no su resurrección. Recordemos que nuestra fe implica los dos momentos: creemos que “Jesus es el crucificado resucitado”. Esta visión parcial se debió a gran parte a los primeros misioneros en tiempos de la conquista y sobre todo de la colonia, que utilizaron los acontecimientos de esta semana (el templo, el lavatorio de los pies, la última cena, el viacrucis, etc.) como un medio evangelizador y catequético para los pueblos conquistados y desarraigados de sus usos religiosos propios. Aprendieron la nueva fe católica representando la vida de Jesús. Representación que resultó en identificación, ya que el pueblo empobrecido y violentado  vio más cercano a su realidad al Cristo crucificado y sufriente que al Señor pleno y resucitado. No sólo lo representó sino que se identificó con él. Esta identificación fue rápida y palpable, experimentaron que había un Dios que había sufrido tanto como ellos y estaba de su lado. Así es el pueblo mexicano. Esto lo encontramos escrito también en el relato del Nican Mopohua dónde Juan Diego le dice a la “señora del cielo” que ella también –como él- es “la última”, “la más pequeña”, ya que el señor obispo Zumárraga no les creyó, son ignorados, invisibles, para el poder eclesiástico. Las coas no han cambiado  y el pueblo, desgraciadamente, sigue recreación ese viacrucis en sus vidas todos los días. Pero no debería acabar así, deberían de completar el proceso con la resurrección y saberse dichosos que Dios no los dejará en la crucifixión eterna ni el viacrucis continuo, sino que los resucitará no al final de la historia sino en su historia próxima para que comprendan que Dios es justo y amoroso. También tuvo que ver, que a muchos pastores, obispos y señores católicos, les convino que ese pueblo pobre se quedara solamente con la identificación sagrada del sufrimiento y no avanzará hacia una plena identificación con la resurrección de Cristo. Tal vez pensaron que es mejor para un pueblo hambriento una visión de Dios que los invita a sufrir, que una donde Dios los encamine hacia su liberación, hacia su resurrección.
     Esto por el lado religioso, por el lado secular tenemos dos factores que han ayudado a que la semana de pascua no sea significativa para las mayorías. El primer factor es que para muchos la semana santa es una semana de vacaciones. Su significado central es descansar, viajar, convivir. En cambio la semana de pascua es tiempo de “regresar” a trabajar y por tanto a la cotidianeidad. Lo novedoso es la semana santa, lo “normal” es la de pascua. El asunto religioso en ambas semanas es un asunto relegado, visto con respeto pero que en realidad es secundario. En la semana santa los oficinistas y los “clases media” gastan dinero, tiempo, energía y, en penosas ocasiones sus vidas enteras, para ir a algún centro turístico y “salir” de su contexto cotidiano. No les importa derrochar horas en las pésimas carreteras que tenemos, no les importará gastar su dinero (o saturar su tarjeta de crédito) en hoteles, comidas y traer algunos recuerditos del viaje, con tal de “salir”, lo que no debe de fallar, en estos tiempos digitales, son las fotos que se deberán tomar con el celular y “subir” a todas las redes sociales posibles, de modo que todo “su” mundo se entere dónde estuvo en vacaciones. Se cansarán de las vacaciones y regresarán un poco más estresados al trabajo ignorando la importancia de la semana de resurrección. Por tanto la semana de pascua es la semana donde se acaba lo divertido, el descanso, la convivencia. Para esta tribu urbana de clase medieros su forma de vivir la pascua es consumiendo (comprando) huevos de pascua. Este es el segundo factor de olvido. Esta tradición más norteamericana que latinoamericana, más de espacios  urbanizados y por tanto más consumistas, se ha vuelto una tradición mucho más vistosa y “cool” que el recuerdo del resucitado. Sabemos que el huevo significaba para campesinos y gente de campo el “renacer”, la gestación y el nacimiento. De ahí que para esta gente de campo los huevos fueron un excelente símbolo de resurrección. Esto se empezó a olvidar ya que muchos ignoran el significado de los “huevos de pascua” actualmente. Así sin saber su significado consumen una tradición transformándola en un simple acto consumista, haciendo que la semana de pascua pierda toda su fuerza y sentido original.
La invitación es volver al evangelio y recuperar la alegría de la resurrección, que para estos tiempos injustos y violentos sigue siendo la mejor expresión cercana y amorosa del Dios cristiano.
El autor es profesor de la Universidad Iberoamericana Puebla.
Este texto se encuentra en: http://circulodeescritores.blogspot.com
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